Ahora que llega el verano y asumo que la entrante estación tendrá poco o nada de bucólica para mí, me acuerdo del día que conocí en la facultad a una chica que decía ser de Cádiz. Se me ocurrió comentar que una tía mía vivió allí una temporada.
—Bueno, yo soy de un pueblo. No es muy conocido. Me contestó la muy guasona.
—¿Cuál es?
—Sotogrande.
—Ah, sí. Claro. Espeté sin tener yo la más mínima idea. Antes muerta que retratada.
Nada más llegar a casa lo googleé. La primera entrada: “Sotogrande, donde el lujo se esconde”. Una de las revistas españolas de cabecera daba los tips necesarios para pasar unos días pareciendo que eres asiduo o, incluso, que eres sotograndino. ¿Existe ese gentilicio? ¿Se puede ser de Sotogrande?
Uno puede vivir en La Moraleja, pero cuando le pregunten de dónde es, siempre responderá Madrid. Pues bien, no pasa esto con Sotogrande. Realmente nadie es oriundo, pero todos lo sienten. No se entiende hasta que se vive.
Entre los comentados consejos hubo uno que me hizo particular gracia: ser partícipe del easy living. Que qué es, ni lo sé ni lo voy a saber nunca. Tampoco creo que lo sepa quién lo inventó. En teoría, consiste en vivir de manera ligera, disfrutar de ver las horas pasar y desprenderse de aquello que genera estrés. A efectos prácticos, significa llevar un vestido vaporoso y aparecer descalza en la fiesta que se lleva semanas organizando, acudir al club de playa con siete capazos, sin cargarlos una misma, y maquillarse más bien poco.
Otro imprescindible: repudiar la marca al aire. Antes de llegar, empaquetar y esconder a conciencia cualquier tipo de prenda, bolso o zapato que tenga rastro de ser de firma. No se trata de vestir de rastros, sino aparentar que no se tiene lo que se tiene. No a los tacones, los encorsetados, las purpurinas, los náuticos recién estrenados y la gomina. Lo que se luzca ha de parecer desenfadado, con cierta arruga y no se desprecian los degradados o rotos. Sí rotundo a lo heredado, a la solera. Las mejillas sonrosadas tras pasar la mañana en el barco y la cabeza, despeinada.
Tercera regla: nadie se sorprende. No se mira, señala o fotografía a un personaje público al que probablemente se asediaría de ser otro ambiente. Si una hace una cola con Tamara Falcó y prometido no debe alterarse y menos, dirigirse. Es importante grabar a fuego esta norma e ir advertido de casa, porque el momento llegará. Ante todo, simular que nosotros también estamos allí para relajarnos, igual que Tamara.
Gracias al cielo, yo he podido vivir Sotogrande con las únicas personas que verdaderamente son de Sotogrande. De los que pasan el invierno y celebran la marcha de los odiados y llamados madracas. Qué remanso deja su vuelta a la capital.
Desde hace seis años, este será el primer estío que no lo visite. El primero sin disfrutar de las calles de un carril sin semáforos, de los setos podados con escuadra y cartabón, de usar el spanglish, de abusar del lino, de ir al único mercadillo en el que no se venden tomates, de poner la toalla detrás de la de la modelo del bikini que llevo puesto. En fin, el primer verano sin esconderme.
Un himno. Dejarse llevar, que en castellano se entiende mucho mejor.
Si se tienen ganas de reflexionar, para leer con calma. Como la que se respira en Sotogrande.
Call me by your name. Solo tengo buenas opiniones, para nada influenciadas por lo que me gusta Timothée Chalamet.
Me encanta!!!! Sencillamente genial ....